Saturday, September 29, 2007

Alex Aguinaga


Alex Aguinaga - El Guero ("The Blound One" in Mexican Spanish), El Maestro ("The Master")



Oscurecía en Los Laureles. Y, en una de las canchitas del barrio quiteño, varios chiquillos no se cansaban de darle y darle a su juguete más preciado, un balón de fútbol. Dos de ellos, hermanos, estaban en la punta de la lengua de su mamá. Es que ya era tarde, y Marcelo y Alex no se aparecían en la casa de los Aguinaga Garzón."Eramos muy traviesos. Jugábamos con la pelota dentro de la casa, rompíamos cosas, trepábamos paredes, brincábamos por todas partes, nos íbamos en bicicleta a donde se nos ocurría. En fin, hacíamos de todo, pero, no nos cansábamos del fútbol. Era -y es- nuestra pasión. A pesar de los regaños, seguíamos. Es que lo llevamos en la sangre", cuenta Marcelo, quien fue, durante su niñez, uña y sucio con Alex.Jugada de gol en plena sala de la casaLa actual estrella del Necaxa mexicano, mayor con un año de Marcelo, ensayaba sus jugadas de delantero goleador con su hermano, que hacía de arquero. Al principio solo practicaban los dos. Después, con el tiempo, se hicieron amigos de los otros niños del barrio y formaron su propio equipo. Aunque los dos eran inseparables. Hacían diabluras y, como cualquier chiquillo, buscaban la forma de enmendarlas.En uno de sus partidos caseros -es decir dentro de la casa- un elefante de porcelana, adoración de su madre, cayó al piso y se hizo trizas, luego de un remate de Alex que topó en las piernas de Marcelo. Los infantes, asustados, escondieron los restos del valioso adorno, a fin de que su progenitora no se diera cuenta de la travesura. Todo fue inútil, ella comprendió todo, mas no reprendió a los pequeños. "Nos salvamos. Tal vez porque el deporte ha sido la identificación de la familia", recuerda Marcelo, el "compinche" de Alex.





En 1979, Eduardo Bores, el entrenador de la Escuela de Fútbol "Ciudad de Quito", recibía al niño Alex Aguinaga, a petición de su padre, Rubén. "El Zorro", como se lo conoce a Bores, aceptó y no se imaginó que su nuevo alumno sería el mejor jugador de todos los que formó, a lo largo de casi medio siglo como técnico.Ese año, en el coliseo Julio César Hidalgo, el equipo infantil ecuatoriano logró el título de Sudamérica en su categoría, gracias a dos goles del "Huevito" Aguinaga, que, desde entonces, se convirtió en el alma de aquel conjunto, el cual ha sido, sin duda, uno de los proveedores más valiosos de talento al fútbol nacional.Y Alex no entró en la posición que lo ha hecho famoso, (mediocampista de ataque), sino como puntero izquierdo. Según recuerda Bores, Aguinaga no encajaba en esa posición porque mostraba talento para ser un número 10 y, además, porque ese cupo ya estaba lleno por otro niño, Edmundo Méndez, actual lateral zurdo del Deportivo Cuenca y de la selección nacional, durante varios partidos de la eliminatoria mundialista y la Copa América de Bolivia.Bores, entonces, lo ubicó en el centro de la cancha y no se equivocó. Alex tenía todas las condiciones para guiar a los otros niños e, inclusive, muchas más. "Nosotros solo lo pulimos. El ya era un futbolista excepcional. Pero, lo que más me sorprendió era su personalidad. A sus 10 años, pensaba como uno de 16", agrega Bores.Como jugador, la forma de ser de Alex no se diferenciaba mucho de lo que es en la actualidad. Tranquilo, serio, amiguero, conversón. Nunca se encendía.Se hizo realidadEl chico atracción del Ciudad de Quito mejoraba día a día. De niño promesa paso a ser una joven realidad. Entonces, las selecciones del Ecuador, en todas sus categorías menores, lo tuvieron como su mejor elemento.Pasó el tiempo... Temporada 1984. Mientras estaba en el semillero de Bores, Alex ya había ingresado a las divisiones menores del Deportivo Quito, que era dirigido por el novel Carlos Sevilla. A finales de esa temporada, con solo 16 años, Aguinaga debutaba en la primera división del balompié nacional: Ocurrió en Ambato, en el segundo tiempo de un partido frente al Técnico Universitario.Con los olores del fútbol profesional, Alex viajó, al año siguiente, con la selección sub 17 del Ecuador, al Sudamericano de la categoría en Argentina, clasificatorio para el Mundial de China. Contra todo pronóstico, la tricolor fue tercera y Alex Darío el mejor jugador del certamen, quien, además fue el segundo goleador del torneo, con 10 goles, detrás de la ahora estrella boliviana, Marco Antonio, "El Diablo" Etcheverry, quien hizo 11.
Por los altavoces del Estadio Bellavista, de Ambato, se escuchó: cambio en Deportivo Quito. Ingresa Alex Aguinaga por Alfredo Encalada."El Flaco", quien iba a efectuar un saque lateral, con el balón en sus manos, se acercó al debutante de 16 años. "Vamos guambra, que vos puedes", le dijo y le entregó la pelota. Ese fue su inicio. Jugaban el Quito y el Técnico Universitario, que al final ganó el partido por 1-0.Ese estreno solo era la confirmación de Alex Aguinaga como un futbolista profesional, a una edad temprana para el medio ecuatoriano, donde, a los 20 años, los jugadores son considerados todavía como jóvenes promesas, cuando en Argentina o Brasil, a los 18, es normal que sean titulares en la primera división.Como dice su ex compañero y uno de sus mejores amigos, el propio Encalada, solo un ciego no se hubiera dado cuenta de sus condiciones. Es que Aguinaga, en su categoría, era un fuera de serie. Concretaba la increíble cantidad de 60 goles por temporada.Poco tiempo después de su debut, dejó de usar el peinado de raya que le hacía su mamá, para tirarse todo el cabello hacia atrás -como estaba de moda-, a sugerencia de sus nuevos compañeros.Luego empezó a mostrarse tal como era: molestoso, bromista, y demasiado tímido con las mujeres.Alfredo Encalada, que en aquellos años era profesor del Colegio Alemán, llevaba a sus clases al "Huevito" -el sobrenombre de Alex- para que conociera muchachas de su edad. En una ocasión, le presentó a una de las chicas más bonitas del colegio, quien hizo una cita con el joven Aguinaga.El encuentro era un partido de tenis, pero la adolescente se defraudó de Alex cuando lo vio. ¿La razón? Había ido con otro amigo. Es más, durante el juego, se puso tan nervioso que le dio un pelotazo a su acompañante.Las anécdotas que vivió Aguinaga, en sus primeros años como profesional en el Quito, son muchas. Le gustaba "jorobar" a sus compañeros y tirar la ropa de ellos a la piscina del Complejo del club, en Carcelén. Un día, le hicieron lo mismo al "Huevito". Este se puso furioso, porque su dinero y su chequera se empaparon y, para calmarlo, sus colegas le metieron al sauna, con todas sus cosas mojadas y él vestido.El Aguinaga de hoy, de 29 años, casado y con tres hijos, continúa vacilando a todo el mundo. Los que lo conocen dicen que, por eso, es fácil quererlo. Sigue "super" tranquilo, como destaca Encalada. Vive una vida de "zanahorio" -igual que en su juventud-, dedicada a su familia y su profesión. Tal vez, basados en aquello, los entendidos del fútbol dicen que podrá jugar, sin problemas, hasta los 36 o 38 años.

Copa América de Brasil. Año 1989. A la cálida ciudad de Goiania, sede del grupo II del certamen, que incluyó a Uruguay, Argentina, Bolivia, Chile y Ecuador, llegaba uno de los entrenadores más exitosos de los últimos años, en aquel tiempo asistente técnico del Milán italiano, Fabio Capello.En ese torneo, la selección ecuatoriana se había convertido en la revelación. Venció 1-0 al campeón reinante de América, Uruguay, en el primer partido, y luego, en su segunda presentación, empató 0-0 con Argentina. El monarca del balompié mundial apenas pudo empatar con la tricolor, gracias a que el defensor, Jimmy Izquierdo, falló un penal.Capello, por su parte, había arribado a tierras brasileñas haciéndose pasar por periodista de la Radio y Televisión Italiana (RAI). Su intención: fichar para su equipo a un jugador ecuatoriano, provisto de un talento singular, Alex Darío Aguinaga.El europeo, ataviado como reportero, buscó a su colega, el montenegrino Dussan Draskovich, DT del plantel nacional durante ese campeonato, para entrevistarlo. Lo hizo. Después le reveló quién era y qué objetivo tenía."Desde esa época, Capello y yo hicimos una buena amistad. El estaba muy entusiasmado con la idea de llevarse a Aguinaga, pero creía que todavía era del Deportivo Quito. Cuando, en realidad, ya lo habían vendido al Necaxa de México", recuerda Draskovic, quien le aconsejó al jugador ecuatoriano, antes de la Copa América, que meditase más sobre su ida al fútbol azteca porque el campeonato continental sería una gran vitrina para él.Capello, al saber que Aguinaga ya estaba vendido, lo primero que preguntó fue ¿en cuánto? Draskovic le respondió que en más de 300 mil dólares. "No sabes de la que me salvaste. El Milán estaba dispuesto a pagar hasta tres millones por su pase", expresó Capello, entre sorprendido y desilusionado, a Dussan.Ese mismo 89, espías del Barcelona y del Real Madrid también tuvieron intenciones de llevarse al volante. Pero la transacción ya estaba hecha. Aguinaga era, definitivamente, de los "rayos" del Necaxa, equipo en el que ha jugado durante los últimos ocho años.Para Draskovic, si Aguinaga esperaba un poco más, su futuro estaba al otro lado del Atlántico. Luego pasó el tiempo y los directivos del Necaxa no lo quisieron vender, conscientes de las capacidades del ibarreño.Otra perla de Dussan Draskovic: en la Copa América de Uruguay, hace dos años, un dirigente británico del Middlesburg United, el equipo donde jugó el famoso brasileño Juninho, estaba decidido a comprar el pase del "Güero" Aguinaga. Lo comentó a Dussan antes de intentarlo. Luego, fracasado, le dijo que todo era inútil: "piden sumas millonarias e, inclusive, si les pagan el dinero que quieren, rechazan la oferta o prolongan las negociaciones. No quieren perderlo".

Antes del partido que Ecuador jugó con Chile, en mayo pasado, por las eliminatorias al Mundial de Francia, los seleccionados realizaron un partido benéfico por los niños especiales, en el Coliseo Rumiñahui, que unió nuevamente a dos hermanos, quienes, desde su infancia, aprendieron a jugar fútbol juntos: Alex y Marcelo Aguinaga. Marcelo se unió a su hermano mayor, en el Deportivo Quito, en 1987. A diferencia de Alex, él no se inició en el Ciudad de Quito, sino que entró directamente a las inferiores del plantel chulla. Ahí era, como su hermano, volante ofensivo.Marcelo recuerda que, antes de debutar en primera categoría, "le cortaron las alas", porque le pusieron de marcador de punta, debido a sus características: pequeño y delgado."Recuerdo que, cuando empecé, a los laterales nos impedían subir al ataque. Nos decían que cuidemos nuestro puesto; no era como en la actualidad. Hoy nos convertimos en delanteros, de acuerdo a las necesidades del equipo", cuenta Marcelo.Alfredo Encalada también estuvo involucrado en el estreno de Marcelo Aguinaga. Empezaba la temporada 87, y el Quito debía enfrentar al Emelec en el estadio Modelo de Guayaquil. De pronto, en los calentamientos previos, el "Flaco" se lesionó. Debió sustituirlo Marcelo y lo hizo muy bien. Marcó a uno de los atacantes más peligrosos en aquellos años, Ney Raúl Avilés.Alternó en la alineación titular ese año. Al siguiente, vino su mejor temporada en el Quito. Fue siempre titular y un aporte valioso para que el club obtuviera el subcampeonato y la clasificación a la Copa Libertadores de América.Para el 89, jugó varios partidos del torneo continental, pero ya no era siempre titular. Los años siguientes sirvieron para afirmarlo en el plantel y ser uno de los jugadores símbolos del Quito. Pero, en 1994, inesperadamente, recibió su libertad antes de que empezara el torneo y se quedó sin equipo. Meses después, Alfredo Encalada, que era técnico del Aucas, lo llevó a sus filas. Ahí, destacó nuevamente y fue una de las bases para la clasificación del ídolo quiteño, luego de 18 años, a una liguilla final.Este año pasó a Nacional. Tres lesiones le impidieron jugar en los primeros meses de la temporada. Ahora, recuperado, no ha tenido oportunidad de mostrarse, porque Paulo Massa prefiere a los hombres con los que ganó el título del año anterior. El espera su oportunidad y se esfuerza sin miedo. Sabe que es capaz de brillar en cualquier equipo. Inclusive, en una ocasión estuvo a punto de alcanzar a su hermano y viajar al fútbol de México.En 1995 un empresario brasileño había arreglado todos los detalles con Marcelo Aguinaga para que sea transferido al León, un equipo de la primera división mexicana. Era manager de un jugador brasileño que jugaba en el Aucas, Café, quien inesperadamente dejó al equipo oriental sin ninguna explicación.Los dirigentes de Aucas decidieron romper relaciones con el brasileño y Marcelo, a dos días de viajar, tuvo que resignarse a su suerte. "Todo estaba listo, tenía los vuelos y el cronograma de actividades listos", recuerda con resignación.

Primero fue "Huevito" y luego "Güero". En menos de una década, se convirtió en el mejor futbolista ecuatoriano de las dos últimas décadas. Ahora está, repentinamente -luego de ocho temporadas en el balompié azteca- en el último tramo de su exitosa carrera como futbolista, desarrollada, en su mayoría, en tierras mexicanas. De campeón mundial infantil con el "Ciudad de Quito", Alex Darío Aguinaga Garzón pasó a ser el jugador más joven del primer equipo del Deportivo Quito, a finales de 1984. Fue un fugaz estreno, pero bastó para prevenir lo que sería en el futuro: el "alma" de los clubes donde jugó.Escuela Borja 2, Ciudad de Quito, Deportivo Quito, Necaxa y la selección ecuatoriana lo tuvieron -y lo tienen hoy la tricolor y el plantel mexicano- como su principal figura.Su máximo sueño, él lo ha confesado, es jugar un mundial con Ecuador. Ahora, a dos jornadas de la terminación de las eliminatorias sudamericanas, el plantel nacional tiene escasas posibilidades de acudir a Francia 98. Aguinaga, el goleador y mejor elemento del equipo a la largo del torneo, comparte la idea del entrenador Francisco Maturana: luchar hasta el final. Ingresó al cielo de los mejoresLa carrera de Aguinaga, aún antes de que la termine, es la segunda más destacada dentro de la historia del fútbol ecuatoriano.Solo el poder goleador de Alberto Spencer, el artillero absoluto de las Copas Libertadores de América -con 59 tantos- supera al ibarreño, quien, con sus ocho años y dos títulos en el balompié mexicano, con varias nominaciones como mejor jugador extranjero, junto a sus brillantes desempeños en la selección ecuatoriana, hicieron de él, el talento más destacado del país en los últimos años.La trayectoria del "Güero" lo pone sobre futbolistas que en todo libro de historia del balompié nacional deben ocupar en los pedestales más altos: Polo Carrera, Jorge "Pibe" Bolaños e Italo Estupiñán.Carrera, quien hizo época en Liga Deportiva Universitaria, en las décadas de los 60 y 70, jugó en los clubes Peñarol y River Plate, de Uruguay, y Fluminense, del Brasil. Fue un volante de creación talentoso, que desequilibró en los conjuntos donde actuó. A diferencia de Spencer y Aguinaga, su currículum internacional no es el más fuerte.Bolaños, mientras tanto, brilló nítidamente en Emelec, Patria y Barcelona, todos equipos guayaquileños. Tuvo un buen desempeño, con el ídolo del Puerto Principal, en la Libertadores, pero no fue esa su principal vitrina. Estuvo en las divisiones inferiores del River Plate de Buenos Aires.Estupiñan, como el rubio mediocampista del Necaxa, hizo gran parte de su vida deportiva en México. Fue campeón con el Puebla e ídolo de ese plantel y del Querétaro, en el cual también actuó. Es recordado con cariño por los mexicanos, mas sus palmarés no igualan lo hecho por Aguinaga.Es que Alex, único extranjero ratificado como intransferible dentro del balompié azteca durante varias temporadas seguidas, es siempre considerado un jugador fuera de lote para dentro de la tricolor. Sin duda, alguien que está unos peldaños más arriba sobre sus compatriotas futbolistas. Una excepción muy de tanto en tanto en nuestro país.Una perla para ejemplificar sus condiciones: cuando Deportivo Quito, en 1989, jugó dos partidos en Colombia por la Libertadores, perdió ambos cotejos, pero Aguinaga fue visto como un fuera de serie. "El equipo no debería llamarse Deportivo Quito, sino Deportivo Alex Aguinaga", dijo, en aquel año, un comentarista colombiano.


De niño prodigio, pasó a ser la revelación y líder del Deportivo Quito, a finales de la década pasada. Al mismo tiempo, se proyectaba como uno de los jugadores más completos que ha tenido la selección nacional. Luego vino el fútbol mexicano y su ratificación como un deportista excepcional, en México y en la selección.A su edad, todavía no es una utopía que viaje a Europa. Por su estilo de vida y su profesionalismo, le esperan, por lo menos, seis años más de actividad en el deporte rey.Los años en el Necaxa, sin duda, pesan a la hora de proyectar su futuro. El mismo lo dijo en cierta oportunidad. Le gustaría dedicarse a la dirección técnica y, claro, empezar en el equipo de los "Rayos".Y Alex es más que prevenido. Hace dos años se graduó como entrenador en la Asociación de Fútbol Mexicano. No ha dejado nada al azar. Siempre quiere mejorar.Dos personas que lo han dirigido, Eduardo Bores y Dussan Draskovic, coinciden en un detalle: toda la vida ha tenido un objetivo, superarse a sí mismo.Con Bores, el DT de su niñez, Aguinaga se ganó el liderazgo dentro del grupo en base a talento y fue un ejemplo para los otros chiquillos. Con Dussan, en su primera práctica, en 1988, Alex mostraba algo de pereza. El europeo, luego, sermoneó a todos los seleccionados, y en especial al mediocampista. Eso fue todo. De pronto, Aguinaga dejaba atrás todos los récords de alta competencia para el medio ecuatoriano. "Y lo hace hasta ahora. Es increíble", anota Draskovic.

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